Instantes

Gärna Art Gallery

Madrid

Jamel Ghomari: experimentar lo esquivo, crecer en los umbrales

Por Juan Francisco Rueda

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Jamel Ghomari no busca poetizar la realidad, sumiéndola, por ejemplo, en una especie de ensoñación ni connotándola melancólica o sentimentalmente, tal como pueden hacer otros artistas. Tampoco aspira a enunciar el recurso surrealista de lo maravilloso, al que André Breton, en el Primer Manifiesto del Surrealismo (1924), le otorgó un valor supremo: «solamente lo maravilloso es bello». Lo maravilloso puede ser entendido como la poetización de la realidad y la revelación de algo contenido o soterrado en lo cotidiano. Este ejercicio, que se realiza a través de la imaginación del artista y de su facultad de revelar –de hacer visible lo velado-, excita la sensibilidad e imaginación humanas. Lo maravilloso venía –y viene- a subvertir la realidad en un gesto de libertad e imaginación, constituyéndose en una manera fascinante de huir de la monotonía y de lo inequívoco. En rigor, Ghomari aspira a una meta similar, como es la huida y constituirse en gesto esquivo en sí mismo, pero en lugar de desvelar, vela u oculta. Pero, en ocasiones, velar conlleva, por extraño que nos parezca, una suerte de desvelamiento. No nos referimos tanto a que el artista se convierta en suerte de luz demiúrgica que nos descubra prismas ocultos o aristas inadvertidas de la realidad, como a que su obra permita descubrirnos en una suerte de revelación. Por así decirlo, Ghomari vela u oculta para mostrar(nos). Ghomari desemboca, si acaso, en otra noción de estirpe surrealista, aunque el creador no haga por una recuperación consciente de la misma. Nos referimos al extrañamiento, al dépaysement, que, en gran medida, también fue formulado por Breton. En esa búsqueda del extrañamiento se genera perturbación y enigma, buscando conflictivizar la realidad, generando una respuesta anómala y desubicada en el receptor. Y es que, el trabajo de Ghomari tiene como centro al espectador, somos nosotros los que, ante la falta de elementos prístinos e inequívocos, nos vemos obligados a una suerte de búsqueda de sentido o simple, pero plena, experimentación; esto es, una interpelación directa. Sin embargo, Ghomari, con ello, por paradójico que parezca, viene a revelar la potencia y plenitud que puede alcanzar el vacío referencial y, como posible consecuencia de él, el vacío de significación. Quizá, en vano, buscaríamos otro sentido o final a su estrategia, ya que el artista parece perseguir el distanciamiento completo de cualquier asidero posible, pero sin caer en la nada, en la no referencialidad. No es extraño que una figura como la de John Cage sea motivo de homenaje o inspiración de alguna pieza audiovisual, como reza en su propio título. Sin embargo, siempre aparecen la sugerencia, lo evocador, tal vez el indicio. A saber, algo: un murmullo, una trepidación, una sombra, una imagen difusa. Lo suficiente para sentirnos interpelados. El detonante, el cabo de una cuerda de la que debemos tirar o simplemente seguir en un proceso que es, en esencia, un viaje a nuestro descubrimiento como sujetos perceptivos. Tanto es así que Ghomari parece concebir sus obras como dispositivos perceptivos. Podríamos decir que, con indiferencia de su naturaleza disciplinar (fotografía, vídeo o instalación), su tamaño y nuestra relación con ellas (experimentarlas in situ y fenomenológicamente, como las instalaciones, o como en las fotografías como meros espectadores, desde un afuera), todas sus obras juegan con los procesos perceptivos. De este modo, altera nuestra percepción, la somete a una suerte de trance. Así, experimentamos una dilación de la conclusión/comprensión/asunción de sentido que supuesta y obligatoriamente debe incorporar cualquier obra de arte. Quedamos en espera. O no nos queda otra opción que seguir creciendo en esa búsqueda de sentido. Ghomari intenta anular cualquier certeza y fuerza el extrañamiento, de ahí las trepidaciones, la falta de nitidez, el uso del velado o la interposición de filtros. Hay en ello, también, una invitación a experimentar lo sublime, a dejarse llevar por el tintineo, por la sugerencia, por el brillo, en definitiva, por accidentes visuales y sonoros que nos retienen y nos hacen elevarnos, suspendernos, sublimarnos haciendo de ese gesto mínimo algo inmenso y pleno. Asimismo, Ghomari se enfrenta a la pulsión escópica que nos domina, a la hegemonía del mirar, de que la vista domine y concluya. Esto es tanto como decir que se sitúa contra la hípervisualidad y, ante todo, contra la verborrea visual. No es gratuita esta figura (verborrea visual) que compromete dos sentidos: el oído y la vista. Hacemos mención a esas imágenes en las que el espectador asume o acepta en lugar de experimentar. Tal vez Ghomari ofrezca preguntas en lugar de respuestas y, en consecuencia, nos corresponda a nosotros, espectadores, la resolución de ese cuestionamiento; quizá la voz que debemos escuchar es la nuestra, las respuestas que convocan los dispositivos de Ghomari. No se arroga el artista, por tanto, un papel como prescriptor o como un narrador omnisciente que pilota nuestro proceso de comprensión, sino que nos ofrece la obra como ámbito para que experimentemos y nos descubramos. Si existe un posicionamiento contra la hípervisualidad y la verborrea, es porque Ghomari se alía con el silencio. Valga esta imagen tanto en sentido literal (sus imágenes fijas, por ejemplo), como metafórico, ya que en sus vídeos el sonido es fundamental. Al hablar de vacío nos referimos a la significación, a un situarse contra finiquitar y concluir el sentido, a hacer unívoco su trabajo. De este modo, ante las obras de Ghomari transitamos un eterno umbral, miramos ese intersticio, ese ámbito de tránsito entre lo ignoto y el sentido. Y puede que el sentido de la poética de Ghomari no sea otro que hacernos morar la frontera, el tránsito, el umbral, la niebla, la aparente falta de sentido. Lo incierto, la sugerencia, lo esquivo, la huida, la fuga o lo resbaladizo se adaptarían a ese universo de imágenes y sombras que nos regala Ghomari como oportunidad, de susurros y murmullos en lugar de voces rotundas y dictatoriales que detentarían el sentido. Perderse para encontrarse. JFR Enero de 2025

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